Monday, January 24, 2011

Discurso 4

Para morir, no se necesita dejar de respirar. Se necesita dejar de vivir.

Para vivir, no sólo basta con respirar, hay que sentir, creer, amar, confiar, descansar, sonreír, hay que interesarse, apasionarse por realizar las cosas, apasionarse por la vida.

Uno deja de vivir cuando le faltan cosas esenciales, cuando se pierde ese interés esa pasión por la vida, cuando se pierde el sentido de uno mismo, cuando se pierde la sensibilidad se deja de ser humano.

Hay ocasiones en que dejamos de lado el mundo que nos rodea y nos encerramos en nosotros mismos, cerramos la puerta al destino, al futuro y nada puede importar.

Existen momentos en la vida en que uno se siente desanimado, decaído, frustrado, desorientado. Uno se deja caer y ve su mundo derrumbarse. Se siente solo.

La soledad no es la peor arma que puede matar en vida a un ser humano: es la desesperanza, el desánimo. Perder la vitalidad, la pasión por la vida y abandonarse a sí mismos es la peor arma.

Se puede tener un centenar de amigos que intenten levantar el estado anímico de las personas, pero si ésta no siente el deseo de superarse es difícil. A veces, no es que uno no quiera levantarse un día y decir “Estoy bien, hoy es el día en que recuperaré mi ánimo, mi alegría”, No es tan fácil cuando tu cuerpo ha pasado por un período de muerte lenta, que se lo comió por dentro, que extirpó las ganas de seguir.

Cuando se dispara el detonante, tu mente se desmorona, tu cuerpo decae y pierde fuerza, pierde todo el deseo de levantarse. Llora hasta el punto en que los ojos se secan y por más tristeza que se sienta en el interior, no hay manera de llorarla. A veces, el dolor abruma el pecho, pero no puedes gritar del dolor, sólo deseas llorar para mitigarlo, para hacer que se vaya. No puedes dormir por las noches debido al dolor en el alma que lo sientes palpable y punzante en el pecho, en las sienes, ves pasar las horas una por una sin ninguna expresión en el rostro, al salir el sol, no existe fuerza humana que logre levantarte de la cama, tu cuerpo se niega a obedecer, se niega a levantarse. No puedes comer, no puedes dormir, no puedes llorar… vives una muerte lenta cada día, con el dolor en tu mente y en el alma, con aquél detonante devastador, que te recuerda una y otra vez que tu vida era otra, que eras alegre y que podrías serlo si te lo propusieras. Pero tu cuerpo se niega a escuchar. Sólo quiere permanecer inmóvil, sabiendo que afuera la vida no es la misma, que de un día a otro el sol perdió su calor, las flores perdieron su color y aroma, el viento no canta cuando sopla, no puedes sentir sus caricias en tu rostro. Tienes el recuerdo del viento en tu rostro, del perfume de las flores, del calor del sol, de las luces y la magia de la noche, los aromas, las sensaciones y te niegas a perder el recuerdo, te niegas a aceptar que nada de eso volverá a ser igual y te encierras cada vez más en tu mundo creado para protegerte de la adversidad que te rodea.

La decisión es de cada quien, seguir viviendo en un mundo ficticio, ajenos a lo que nos rodea, negarnos a aceptar y vivir lo que la vida nos regala.


Xkándä

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